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8M: CONCLUSIONES DEL CONGRESO INTERNACIONAL “ECONOMÍA DEL CUIDADO: NUEVOS ROLES Y RETOS EN LA IGUALDAD DE GÉNERO”

El mercado no puede continuar siendo el centro de la economía. La sostenibilidad de la vida, sí debe serlo.

El centro de la economía no puede ser el mercado. Las políticas públicas y la economía deben centrar su enfoque en la sostenibilidad de la vida y realizar estrategias de funcionamiento saludables.

Bajo esta premisa, organizamos el Congreso Internacional “Economía del Cuidado: nuevos roles y retos en la Igualdad de Género”, que tuvo lugar los días 23 y 24 de febrero. Durante ambas jornadas, contamos con 11 paneles y con la participación de profesionales de diversas disciplinas profesionales: jurídica, fiscal, procuraduría, social, médica, psicológica, universitaria, policial y representante de la sociedad civil.

Agradecemos a las cerca de 1.500 personas que nos acompañaron presencial y virtualmente, y que participaron activamente con sus preguntas y aportaciones. También, a las 27 personas que participaron como ponentes y nos compartieron sus conocimientos y experiencias.

Contamos con la presencia de países como Argentina, Colombia, Guatemala, Perú, Venezuela, Francia, Inglaterra, España o República Dominicana. Esto sugiere que existe una urgencia por abordar el cuidado desde un plano local, nacional e internacional.

Hoy, 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, exponemos las conclusiones extraídas del Congreso, que esperamos sirvan de punto de arranque para trabajos de investigación dirigidos hacia un nuevo modelo de Pacto Social, que valore el cuidado de las personas en todas sus dimensiones:

Existe una feminización de los cuidados y una diferencia estructural de género en el reparto de roles, que conlleva invisibilidad, precariedad, discriminación y distribución desigual del tiempo dedicado a trabajos de cuidados entre mujeres y hombres. Todo ello, unido a la falta de remuneración de dichos trabajos, lleva a las mujeres a una clara situación de desventaja en las distintas esferas sociales, políticas, económicas y culturales.

Durante la crisis socio-sanitaria por la COVID-19, se ha evidenciado la importancia de los cuidados para el sostenimiento de nuestros países, poniendo aún más de manifiesto la desigualdad, la discriminación y la violencia de género. Es por ello que se hace absolutamente necesario un sistema de gobernanza en el que el cuidado sea el transversal en las políticas públicas, como derecho fundamental y como derecho integral.

En las ponencias se abordaron los cuidados desde la economía feminista. Resulta necesario conocer y cuantificar en términos monetarios el aporte que representan los cuidados y el trabajo del hogar al presupuesto familiar, y también al Producto Interior Bruto (PIB) de los países, enfocándolo desde la justicia social. De una forma vertical, se debe incluir de manera transversal un indicador de cuidados y de tiempo dedicado a los mismos en las políticas y medidas de riqueza de los países, implicando al Estado, a las instituciones y a las empresas.

Se han tratado leyes, planes de igualdad, sellos de igualdad, permisos de materno-paternidad y otras medidas que, aunque muchas de ellas ya estén implementadas, sigue siendo necesario reforzarlas. Se ha concluido que las mujeres invierten más tiempo que los hombres en cuidados y tareas domésticas, mientras que dedican la mitad del tiempo de los hombres a los trabajos remunerados. Se hace evidente que esta sobrecarga de trabajo no remunerado y desvalorizado produce estrés sobre las mujeres, perjudicando su salud y perpetuando la desigualdad de género.

También se ha debatido sobre el conflicto que se genera cuando las mujeres no cumplen con el rol de proveedoras de cuidados, que puede devenir en violencias físicas, verbales y patrimoniales.  Existe una falta de homogeneización en la identificación de estas distintas violencias contra las mujeres, lo que denota una falta de intención por luchar contra las discriminaciones que sufren el 52% de la población mundial.

Otra cuestión comentada en los distintos paneles ha sido la necesidad urgente de trabajar hacia la transformación de la cultura, para que rompa con los estereotipos que perpetúan la desigualdad de género. Para ello, también es crucial crear espacios de bienestar donde las mujeres puedan desarrollar estrategias de autocuidado y potenciar su autonomía, y fomentar el discurso de la existencia de otras masculinidades más sanas y más cooperativas con el desarrollo de una convivencia en igualdad.

Se ha recalcado la responsabilidad de las escuelas y universidades en el abordaje de un currículum que visibilice la base de esta cultura patriarcal, así como la de los medios de comunicación, que siguen perpetuando los roles de género patriarcales.

Otro de los temas rectores en el encuentro ha sido la discapacidad, que sigue siendo considerada como enfermedad, y por ende un obstáculo en el desarrollo de la vida cotidiana. Es urgente promover la transformación de los estereotipos que afectan a las mujeres con discapacidad, que son receptoras de las mismas desigualdades asociadas a la no remuneración de los trabajos de cuidado, y además se les añaden barreras por su condición de discapacidad.

A lo largo de las jornadas, se abordaron conceptos como la generación bisagra, los techos de cristal y de cemento, los suelos pegajosos y los sistemas globales de cuidados, sostenidos por mujeres que migran desde países con menores recursos a otros con mayores recursos, y que perpetúan la desigualdad socioeconómica y la división sexual del trabajo a nivel global. Se ha evidenciado las malas condiciones laborales y la desprotección de las personas dedicadas al trabajo remunerado de cuidados, así como la importancia de la profesionalización de los cuidados y de las personas cuidadoras.

Los cuidados nos afectan a todas las personas a lo largo de nuestro ciclo vital, independientemente de nuestro sexo-género, etnicidad, capacidades, procedencia, edad, identidad de género u orientación sexual. Por lo tanto, es necesario educar, sensibilizar e implicar a toda la sociedad en la corresponsabilidad de hombres y mujeres en los cuidados, deconstruir roles limitantes, eliminar a los ladrones del tiempo de las mujeres y abogar por una nueva masculinidad. Todo ello nos enriquecería como sociedad.

La pandemia nos ha dejado varias lecciones y proyectos con las que continuar trabajando en conjunto, y para ello es necesario reescribir el Contrato Social, desde una perspectiva de género interseccional.

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Autonomía económica de las mujeres

Uno de los mayores logros de nuestra sociedad en las últimas décadas ha sido el protagonismo ofrecido a la consecución de la igualdad de hombres y mujeres. Dentro de ello, ha sido especialmente relevante y pieza clave la autonomía económica de las mujeres.

La pandemia ha afectado muy especialmente a esta autonomía económica de las mujeres y es fundamental analizar los efectos que puede generar tanto en las mujeres como en la sociedad general.

Se habla de un retroceso de más de una década de la participación de las mujeres en el mercado laboral en América Latina y el Caribe (véase el informe de la CEPAL La autonomía económica de las mujeres en la recuperación económica sostenible). Por lo tanto, es vital dedicar tiempo y esfuerzo en recuperar una economía que reduzca la brecha de igualdad de hombres y mujeres y que sea solidaria, modificando la percepción del papel de la mujer en la economía.

Aprovechemos este momento de cambio y de replanteamiento político, económico y social, para no dejar a nadie atrás, con políticas públicas de bienestar para las personas y políticas de empresas que pongan en el centro de atención, el tiempo que la mujer dedica a los cuidados personales, familiares y comunitarios.

Los cuidados han sido y siguen siendo el motor económico durante la pandemia y, por lo tanto, requieren un reconocimiento social y económico lo suficientemente alto como para que se lleven a cabo acciones que protejan los derechos alcanzados por y para las mujeres hasta antes de la pandemia, evitando retrocesos como el observado.

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Primer signo de civilización

¿Qué descubrimiento podemos considerar el primer signo de la civilización? Sin lugar a dudas, el fuego, el arado, la olla de barro, la piedra de moler, u otros similares podrían ser de los primeros signos de civilización. Sin embargo, la antropóloga feminista Margaret Mead, consideró que el primer signo de civilización de la humanidad fue un fémur fracturado y sanado.

Para la antropóloga, la fractura de una pata de un animal implica su muerte ante la imposibilidad de poder protegerse y alimentarse. Es presa fácil para otros animales. Igual ocurre con las personas si no son cuidadas. Por ello, la Dra. Mead señala la aparición de un fémur fracturado y soldado como el primer signo de civilización, porque significa que alguna persona se encargó de proteger a la persona cuya pierna se fracturó, la llevó a un lugar seguro, le proporcionó alimentos y todos los cuidados que requiere para su recuperación.

La pandemia COVID-19 nos ha dejado una experiencia de cuidados sin precedentes. Personas de mayor edad o con patologías previas han sido las más vulnerables al virus. Su riesgo de contagio y muerte era tan elevado, antes de la existencia de vacunas, que sufrieron fuertes restricciones de movilidad y tuvieron mayores necesidades de ser cuidadas. Sin una política pública y privada de cuidados, no hubiera sido posible salir con vida de esta pandemia.

La pandemia ha visibilizado la importancia de los cuidados. Sin embargo, pese a ello, volvemos a olvidarnos de lo imprescindibles que son y del tiempo que las mujeres dedican a ellos sin recibir remuneración a cambio y sin ser reconocidos socialmente como se merecen. 

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Reconocimiento económico y social de los cuidados

Imaginen una ciudad en la que en cada casa vive una persona adulta y una menor de 5 años. Durante 15 días la persona adulta no se encarga de la organización de la casa ni de la menor. No hace compras, no hay nada para comer, nadie cuida de la menor, nadie le da de comer, nadie la asea, la baña, ni la limpia cuando hace sus necesidades. Nadie lava la ropa de la casa. Nadie se encarga de llevar al cole a la menor.

Los primeros días serán de supervivencia y tras ello vendrán infecciones por la suciedad, enfermedades y muerte de ambas. Con este escenario, esta ciudad que estamos imaginando no sobrevive, se muere. Afortunadamente esto no suele ocurrir, pero sería un hecho real, si las mujeres que son las que se encargan de todo este orden decidieran no hacer nada.

Se da por sentado que esta organización viene dada por naturaleza. Sin embargo, basta imaginar sólo un poquito no tenerla, y podemos visualizar el caos que podría ocurrir. Estas tareas recaen siempre sobre las mujeres, salvo excepciones, en las que los hombres las comparten o las apoyan, pero las estadísticas más recientes indican que siguen recayendo sobre las mujeres y su tiempo.

La organización de la casa y de los cuidados, son parte esencial de la vida y de la economía de una sociedad, sin embargo, nunca se les considera relevantes para la sociedad ni para la economía, suelen ser tareas no remuneradas.

Es fundamental que el tiempo dedicado a los cuidados, sea reconocido social y económicamente. Si el tiempo dedicado a la organización de nuestras propias casas y del cuidado de nuestras familias fuera remunerado, la brecha de desigualdad entre hombres y mujeres se vería reducida y la violencia sobre la mujer que la desigualdad genera, también.

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Las mujeres dedican más del doble del tiempo al trabajo no remunerado que los hombres

Según el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe (OIG-CEPAL), las mujeres dedican más del doble del tiempo al trabajo no remunerado que los hombres, tal como puede observarse en el cuadro más abajo obtenido según los últimos datos ofrecidos por 16 países de la región.

El trabajo no remunerado es el que se realiza sin pago alguno y generalmente se desarrolla en la esfera privada, tareas domésticas, cuidados no remunerados del propio hogar o de otros. Existe una clara asimetría en el trabajo no remunerado entre hombres y mujeres, atribuido en parte a los roles de género estereotipados de los que las mujeres son presas.

Si bien en las últimas décadas, algunos países de la región han diseñado políticas públicas que favorece la disminución de la carga de trabajo no remunerado, la realidad es que la diferencia entre hombres y mujeres que desarrollan este trabajo sigue siendo enorme. Es importante visibilizar esta situación e incidir en la importancia de la corresponsabilidad de hombres y mujeres en los cuidados no remunerados y en las tareas del hogar, si queremos alcanzar la igualdad y disfrutar por igual del tiempo que hombres y mujeres tenemos o debemos tener.