Imaginen una ciudad en la que en cada casa vive una persona adulta y una menor de 5 años. Durante 15 días la persona adulta no se encarga de la organización de la casa ni de la menor. No hace compras, no hay nada para comer, nadie cuida de la menor, nadie le da de comer, nadie la asea, la baña, ni la limpia cuando hace sus necesidades. Nadie lava la ropa de la casa. Nadie se encarga de llevar al cole a la menor.
Los primeros días serán de supervivencia y tras ello vendrán infecciones por la suciedad, enfermedades y muerte de ambas. Con este escenario, esta ciudad que estamos imaginando no sobrevive, se muere. Afortunadamente esto no suele ocurrir, pero sería un hecho real, si las mujeres que son las que se encargan de todo este orden decidieran no hacer nada.
Se da por sentado que esta organización viene dada por naturaleza. Sin embargo, basta imaginar sólo un poquito no tenerla, y podemos visualizar el caos que podría ocurrir. Estas tareas recaen siempre sobre las mujeres, salvo excepciones, en las que los hombres las comparten o las apoyan, pero las estadísticas más recientes indican que siguen recayendo sobre las mujeres y su tiempo.
La organización de la casa y de los cuidados, son parte esencial de la vida y de la economía de una sociedad, sin embargo, nunca se les considera relevantes para la sociedad ni para la economía, suelen ser tareas no remuneradas.
Es fundamental que el tiempo dedicado a los cuidados, sea reconocido social y económicamente. Si el tiempo dedicado a la organización de nuestras propias casas y del cuidado de nuestras familias fuera remunerado, la brecha de desigualdad entre hombres y mujeres se vería reducida y la violencia sobre la mujer que la desigualdad genera, también.